La juventud con sus destellos anhelantes y múltiples noches de bohemia por mi recuerdo pasan. La hora del brindis llegaba y las manos derechas alzaban una copa con el acompañado salusita, mientras los cantos y las risas se sembraban en el ambiente. Y al calor de la noche y los ceniceros en las carteras de las mujeres, la música no paraba de invitar al baile. Cuerpos sudorosos porque la salsa, o algún estribillo osado, movían nuestros cuerpos y todos cantábamos en coro. No importaba que la borrachera afónica no diera los tonos necesarios. Al caer la noche, la guitarra se volvía a ratos suaves y a ratos apurada, arrancando estribillos por manos maestras. Quedaban las botellas desmayadas en cualquier mesa o suelo como impronta de la farra. Y al son de la música, miles de recuerdos bailaban en el ambiente. Algunas lágrimas rodaban recordando inminentes amores ya perdidos, mientras otros revoloteaban al encuentro. Noches inolvidables cuando queríamos cerrar las ventanas para que la luz no entrara. Recuerdos perennes que bailan en nuestras memorias y renacen obligándonos a cantar aquellas canciones sembradas como raíces de árbol seco. Noches de farra donde sus lazos irrompibles han traspasado los años.
Marzo, 2009
Marzo, 2009
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