domingo, 24 de abril de 2011

Epístola anónima


Al hombre que amé por tantos años…

El tiempo se convierte en una sábana de respuestas. Aquellas que antes no lograba encontrar. Así ha sucedido con mi tiempo, no se si el tuyo alguna reflexión te haya dejado sobre este amor perdido.

Aquello que antes era motivo de admiración, de equilibrio, de sostén, se perdió y ese algo que sostenía aquellos encuentros amorosos, hoy pregunto si se llamaba amor. Para su complementariedad supongo que deben ser dos los que se aman, pero dudo y mucho, sí, quizás la única que amé fui yo. Así la balanza nunca estuvo equilibrada, estuvo siempre a tu favor.

Creo que en muchos momentos hubiese querido borrar con un dedo esta historia. Todas estas vivencias tenían que escribirse, en ese cuaderno invisible que existe entre tú y yo. Ese cuaderno que algún día cercano pueda cerrarse y tenga un epitafio real. No pienso en esa frase, la dejo para más adelante, no se si la escriba yo, o quizás lo hagas tú. Aunque como veo las cosas de tu parte no se cerrará ese libro, en tu mente olvidada, éste no existe.

Como toda mujer curiosa, a veces quisiera indagar en tus recuerdos y buscar entre ellos mi imagen, ¿y para qué me pregunto? Cosas de mujer. A lo mejor para tener la certeza que fui real, que estuve a tu lado.

Lástima que el último encuentro nuestro fuera tan desastroso. Muy contrario a aquello que había imaginado: Dos personas alejándose definitivamente pero con la claridad ante todo, cerrando con broche de oro la relación. El infortunio cursó lugar en esos momentos. Aquellas palabras tuyas me hicieron conocerte de otra manera, de una quizás más impía, nunca las esperé. Si antes creía en tu sinceridad, en ese justo instante te conocí de manera contraria ante el asombro que no logro concatenar aún y si no te hubiera conocido tanto, me hubieras convencido realmente.

Dejé que hablaras y que te confundieras cada vez más, envolviste tu ser en papeles de cristal sin importar nada. Creaste una maraña injusta, (no conmigo) te enredaste en ella sin darte cuenta, toda tu debilidad masculina la dejaste a flote sin darte cuenta que el único perdedor fuiste tú, corroborando aquello que siempre pensé de ti: no fuiste lo suficientemente capaz para vivir la vida que querías. ¿Ahora sí entiendes por qué tu engaño?

Hoy ha pasado un tiempo prudente para que escriba estas líneas, las dejo en el aire porque sé que a ti no llegarán.

3 comentarios:

A. Elisa Lattke Valencia dijo...

Es bueno deshacerse de lo que se acumula en el tiempo, pero tú, mi querida amiga, dejas una buena espada en la cabeza del perdedor y el péndulo del tiempo bien sujeto.

Un abrazo, te quiere la 'ranita' enredada en las algas de las circunstancias, apenas respira para saber que aún salta y toma un poco de aire.

Elisa

ETHEL dijo...

Elisa tienes que saltar y saltar hasta que brinques alto y te alejes un pocquitín de la charca... Creo que me entiendes.
un abrazo

A. Elisa Lattke Valencia dijo...

Ethel , a veces y por coherencia debo pensar que si me pusieron "ranita" era para aprender a saltar a tiempo de depredadores o peligros. Sé que el más fuerte está en nosotros mismos para el bien y el mal, por lo tanto hay que resolver en qué momento mi charca consigue la apacible calma que merece, asiente el limo que la revuelve y me deja ver la luz que necesito cuando esa charca le he escogido en el lugar más mágico de mi psiquis, es por eso que observo, indago y voy reuniendo esas partículas de 'luz' que me permiten ver más allá de lo que otros 'de mi especie' consiguen. Si no fuese por ello no dejaría de vez en cuando mis "hilos de luz" a la deriva pero aún cogidos en mis manos. No, seguro que los males no duran cien años...

T. q. Un beso. Elisa