Y ante la inutilidad de mis ruegos, el tiempo se quedó estático, no tuvo oídos ni compasiones que sacudieran su espíritu.
Ignoró las huellas que latentes en la profundidad de mi alma, lograban sacarme penares que convertidos en lágrimas, rodaban por mis mejillas empapando mi almohada.
Ciego ante el silencio de la noche que quizás estrellada, para mí no existía.
Inclemente sin saber que había vivido en un oasis y que luego el desierto me cobijó toda. Implacable cuando cualquier acorde de una guitarra recordaba tiempos felices.
No, no… tuviste clemencia conmigo y tú sí conocías los pasos que transitaba mi amante. Aquél que encendía mi cuerpo en llamas y que tras su sonrisa yo me doblegaba. No te importó contemplar cada que besaba sus pestañas y enredaba mis manos en su cuerpo.
Cerraste tus ojos ante mi soledad y muchas noches viste que mi cuerpo se quemaba como una mariposa traspasando una vela. Cada día renacían mis sueños y buscaba a mi amado con locura, con desespero, pero a ti eso no te importaba.
Seguiste indiferente sin detenerte ante la inutilidad de mis ruegos, prefiriendo que mi locura se quemara en la llama de una vela.