El anaranjado color del otoño renace a nuevas esperanzas de vida.
Aquella casita empotrada en lo alto de la cima y rodeada por árboles amarillos y algunos aún sin dejarse contaminar por el dorado, trae a mi presente recuerdos de viejas épocas donde las nubes al igual que ahora, corren en surcos cual motas de algodón suavizando y contrastando el fondo azul claro con el resto del paisaje. Épocas donde ni siquiera se asomaba el más leve pensamiento sobre la edad dorada de mi vida.
La desnudez del árbol presto a cubrirse nuevamente de retoños rebosantes de alegría recuerdan mis deseos de fecundidad y mi paso por la etapa juvenil que ha quedado ya lejos de mi ahora.
Los pastizales con sus rubios dorados y cafés se convierten en la alfombra mágica por donde mis ilusiones caminaron calmas recostándome sobre la vida, acariciándola toda.
Hoy en los albores de mi otoño me compagino perfectamente con el paisaje haciéndome suspirar arrobada por su belleza, con la certeza que amo mi otoño plenamente.