Fotografía de Rosa María Saavedra Villaquirán
No es lo prolijo de sus entrañas lo que me invita a recorrer con mis ojos la basta montaña de Siloé. Son sus calles empedradas que quieren alcanzar la cúspide y desde ahí contemplar mi ciudad. Remolinos de brisas provenientes del mar remueve mis pensamientos y toca el abanico de coloridas etnias que viven en sus casitas blancas. Es quizás algún puente escondido que me invita a recorrer sus recovecos y escuchar gemidos de ansiedad, aquellos que el viento renueva constantemente. Ojos poco dolientes e indiferentes desconocen las consignas de amor y de valor que rondan por sus calles. Es el espíritu que canta en el centro de sus habitantes con deseos de esperanzas perdidas; el sol cobija la montaña y la noche se desperdiga en medio de ellos dejando a la mano la luz de las estrellas que penetra por sus cuerpos lamiendo su intimidad.
Cuantas veces las comadres se encuentran en la esquina del mercado donde la gama de colores se abre ante sus ojos: el verde de las manzanas es prohibido, pero el de las habichuelas inunda de inmediato sus canastos. Y una que otra comadre llora a la hora del invierno ante la tragedia de perderlo todo. Solo el agua lodosa corre tranquila por las gradas cuando llueve sin inmutarse por nada, mientras el viento silba con fuerza y se escucha una oración en los labios de algún habitante de la zona...
Marzo, 2009
1 comentario:
¡Ya te tengo en favoritos...te iré siguiendo! Un beso y gracias...
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