Cuántas veces se siente la muerte a destiempo. La que se arremolina en una ola para avasallarnos y dejarnos rendidos ante la vida. Y es que parece que ese lento caminar, esos momentos que se sienten vacíos de toda luz, de toda vivencia, de todo querer salir del abismo se quedaran entre paréntesis y cuántos lamentos sin respuestas acechan y hieren el alma. Pero todo afuera sigue su curso, la vida borda tendidos que se reflejan en el infinito, mientras en las calles el sol ardiente deja que el sudor recorra muchas frentes.
Y entre paréntesis nuestra vida se vuelve frágil, se rompen los deseos internos queriendo escapar y estallar para gritar que todavía se vive, que todavía hay palpitaciones que siguen silentes acompasando los tiempos y los minutos inertes del yo atrapado en fugaces esferas de cristal. Cuántas preguntas corroen nuestras sienes sin respuestas claras que como manos te induzcan nuevamente al camino. Ese camino que a veces se muestra cansado, que no quiere brindar ni siquiera una flor rastrera, donde solo el polvo permea el sabor de la vida y se prenda de las ramas viejas del árbol que el más mínimo viento derrumba destrozando el alma de su caminante inherte.
No hay comentarios:
Publicar un comentario