Huele a alegría, a descanso y a jolgorio. Si miro en retrospectiva y voy a mi niñez, siento el olor a las hierbas de la galería, caminar entre las frutas coloridas y tropezarme con algún perro flaco que se enmarcaba en el ambiente. Caminar entre la multitud de gentes y tropezar mi cuerpo con cualquier canasto colgado del brazo de una matrona.
Y en el hogar, la comida recién preparada, quizás diferente a la de todos los días. El reencuentro con olor a familia, el chiste o la discusión pasajera.
Y es que un abrazo dominguero incluye el paseo o la entrada a la iglesia, recibir el viento que alborota nuestro pelo, o el encuentro con los amigos. Un vestido nuevo, un programa televisivo o la dormida de la siesta a nuestras anchas; cualquier visita inesperada que nos abraza con alegría. Es el reencuentro con el amor de turno que nos hace engalanarnos de manera diferente y arranca de nuestros labios una sonrisa distinta…
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