Un toque leve y unas huellas indelebles. Breve gaviota suspirante sobre el mar, dueña impredecible de alegrías inesperadas, alzaste vuelo indefinido dejando mis sueños bailando entre las nubes, y en tanto mis sentidos, buscaban acoplarse a las estrellas en tu búsqueda. He pretendido navegar en el centro donde la luz gira y redondea mi esencia. He obligado a abrir mis párpados y a encontrar reflejos en el rocío, buscando que a través de una frágil gota volvieras a mi destino; he sentido el sol sobre mi espalda y el frío de las noches rondando mi cama, he presentido las madrugadas del tiempo, envolviendo en velos traslúcidos mis suaves suspiros. En medio de mis moratorias le he cantado a las piedras mis sinsabores y les he mostrado las flores del olvido; mientras el reloj del tiempo ha desplegado sus alas, para enrollar mis esperanzas enrumbadas en caminos hacia lo perdido. Y es que en mi búsqueda no te he encontrado. Tu perfume no lo percibo e ignoro a quién pedirle plazo para expandirme nuevamente, pues aún sigo contraída. Y ahí es cuando siento que mi alma vive y me obliga a brindarte esta prosa queriendo resarcir mis lágrimas con solo un indicio de tu esencia. Es cuando comprendo que esta metáfora es impensable, es irrealizable. Vano fue mi recorrido por encontrarte en ella. Inútiles palabras que se quedan enredadas porque mi gravedad no permite ser leve, y realizar tan feliz ensueño: traspasar ese mundo donde a lo mejor estás... y en esta metáfora perdida me quedo, contemplando cómo te quedaste en mi destino.
Etelsaga, octubre, 2008
Etelsaga, octubre, 2008
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