Caminando a la deriva sus ojos clavó en la cumbre del dolor. Abrió sus manos, buscó un beso que inútil se escapó cual pájaro herido. Sus manos y su boca no encontraron nada, sólo el murmullo del silencio embistiéndola toda. Quiso internarse en ese botón imaginario de una flor entremezclándose con su perfume cual embrión guardado. Deseó unirse a las partículas de la aurora, y fundida en su luz, disolverse toda. Mirando una gota de agua suplicó que sus lágrimas se agotaran. Buscó en la quietud de los torbellinos y se prendó de ellos para no dejarse arrastrar por su furia, quizás ella reclamaba su presencia. Su alma lacerada por el desencanto conminó a entonar una melodía, la que ella guardaba en el fondo de su ser, aquélla que sus tonadas hablaban de un amor para siempre. Y comprendiendo su imposible, hizo un brindis por la piel dejada y por los besos otrora deseados, se sentó a la espera de que sus heridas cicatrizaran y las cenizas se apagaran. Y a su empeño por renacer, un nuevo velo de esperanza guarda en su pecho y sumida en la paciencia, espera a que otras palabras en sus oídos canten, y su alma al viento pueda hamacar con una mirada al frente. La puerta está abierta para que sus besos encuentren dónde posarse nuevamente.
Etelsaga, enero, 2009
Etelsaga, enero, 2009
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