De vez en cuando mis recuerdos me pasean por aquella tarde cuando en una calle nos encontramos. Te miré a hurtadillas mientras con pasos firmes hasta mi llegabas. Aquella tarde el viento corría de manera helada mientras el sol se trasponía en el horizonte pretendiendo volverse nuestro cómplice. Recorrimos unos pasos y encontramos un café donde resguardarnos del frio y conversar tranquilamente. Dos capuchinos y nos miramos frente a frente a pesar de los años dormidos. Tu sonrisa y la mía mientras bebíamos el café sabían que nuestra conversación sería determinante. Y entre sorbo y sorbo observaba tu sonrisa amplia y tus dientes perfectos, tu camisa gris clara y tu chaqueta gris oscura eran la combinación perfecta para hablar de los amores nublados. El capuchino se escapaba de los vasos tal como la tarde cubierta por un manto oscuro para dar paso a las titilantes luces que nos acompañaban. Fue una tarde para nosotros singular: una tarde donde no hubo besos ni tampoco acariciamos nuestras manos, solo unas palabras simples lejanas de aquellas tan llenas de emotividad de épocas viejas.
Esa tarde supe que la distancia fue la única ganadora entre tú y yo. Nos despedimos con la certeza que nunca más nos volveríamos a encontrar. Un beso nos dejamos en las mejillas como recuerdo de nuestro gran amor. Los dos nos apartamos y el telón se cerró.
Agosto, 2007
Esa tarde supe que la distancia fue la única ganadora entre tú y yo. Nos despedimos con la certeza que nunca más nos volveríamos a encontrar. Un beso nos dejamos en las mejillas como recuerdo de nuestro gran amor. Los dos nos apartamos y el telón se cerró.
Agosto, 2007
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