La música suave de una banda sonora inicia su bella melodía. En el trasfondo de la escena se escucha el repicar de unos cristales límpidos y refulgentes. La banda toca para que las palabras y las acciones no se pierdan en la nada. De pronto un acecho mortal y un cristal se rompe. Y tras su chasquido los sueños se esfuman y quedan solo trozos filudos que laceran las almas. Los sueños se evaporan mientras las estrellas se reflejan en cada pedazo y se convierten en lágrimas rodando cual pompas de jabón sobre el mar, ellas no podrán unirlos. Ya no se podrán dibujar cabriolas sobre ellos porque los dedos derramarán sangre. Su rompimiento no permite olas azules sobre un inmenso mar que agita las aguas en señal de calma. La banda sonora terminó su melodía y las miradas silenciosas observan la escena y escuchan el ruido de los cristales rotos que van a depositarse en el tarro de la basura, mientras el olvido corta los recuerdos. El eco de su chasquido se queda vago en el silencio. Si la razón fuera cuerda los cristales no se romperían y evitaría que los amores prisioneros en ellos permitieran finales gloriosos.
Y el director de la banda pregunta en voz alta: ¿Quién puede reconstruir un cristal que se rompe? Luego hace el ademán de reverencia despidiéndose mientras el público aplaude.
Etelsaga, septiembre, 2008